Dr. A.J. Cronin was a great Christian physician in England. One night he assigned a young nurse to a little boy who had been brought to the hospital suffering from diphtheria, and given only a slight chance to live. A tube was inserted into the boy’s throat to help him breathe. It was the nurse’s job periodically to clean out the tube. As the nurse sat beside the boy’s bed, she accidentally dozed off. She awakened to find that the tube had become blocked. Instead of following instructions, she was immobilized by panic. Hysterically she called the doctor from his home. By the time he got to the boy, he was dead. Dr. Cronin was angry beyond expression. That night Dr. Cronin went to his office and wrote his recommendation to the board demanding the immediate expulsion of the nurse. He called her in and read it, his voice trembling with anger. She stood there in pitiful silence, a tall, thin, gawky Welsh girl. She nearly fainted with shame and remorse. “Well,” asked Dr. Cronin in a harsh voice, “have you nothing to say for yourself?” There was more silence. Then she uttered this pitiful plea, “…please give me another chance.” Dr. Cronin sent her away. But he could not sleep that night. He kept hearing some words from the dark distance: “Forgive us our trespasses.” The next morning Dr. Cronin went to his desk and tore up the report. In the years that followed he watched as this slim, nervous girl became the head of a large hospital and one of the more honored nurses in England.  In today’s Gospel reading we reflect on the incident of a woman who was caught in adultery and brought before Jesus for his verdict on her. Jesus saved the life of the woman by saying to the people who had brought her before him, “Let the one among you who is without sin be the first to throw a stone at her.” In response to his challenge, they all went away one by one. Even though he was sinless, he showed extra ordinary mercy and compassion to a sinner. Even more, he sent the woman away saying, “Neither do I condemn you. Go, and from now on do not sin anymore.” How different we are from our Lord. We are judgmental about the unmarried mother, the alcoholic, the drug addict and the shop-lifter, ignoring Jesus’ command: “Let the one among you who is without sin be the first to throw a stone at her.” Let us learn to acknowledge our sins, ask God’s forgiveness every day and extend the same forgiveness to our erring brothers and sisters. We too should learn to hate the sin and love the sinners showing them mercy, compassion, sympathy and acceptance, leading them to noble ways by our own exemplary lives.

Fr.Joseph Antony Sebastian
St. Joachim Church
21255 Hesperian Blvd Hayward, CA, USA 94541
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Nota de nuestro pastor:

Dr. A.J. Cronin era un gran médico cristiano en Inglaterra. Una noche le asigna a una joven enfermera un chico pequeño quien fue traído al hospital sufriendo de difteria y con una leve oportunidad de vivir. Se inserta un tubo en la garganta del niño para ayudarlo a respirar. El trabajo de la enfermera era limpiar el tubo periódicamente. Cuando la enfermera se sentó al lado de la cama del muchacho, ella accidentalmente se quedó dormida. Ella despierta y encuentra que el tubo se había obstruido. En lugar de seguir las instrucciones, ella se paralizo por el pánico. Histéricamente, ella llamó al médico de su casa. Cuando él llegó, el niño estaba muerto. El Dr. Cronin estaba muy enojado. Esa noche el Dr. Cronin fue a su oficina y escribió su recomendación a la junta directiva exigiendo la expulsión inmediata de la enfermera. Él la llamó y lee la carta, su voz temblando de cólera. Ella estaba allí en silencio lamentable, una chica Galés alta, delgada y desgarbada. Ella casi se desmayó de la vergüenza y el remordimiento. — “Bueno” — le preguntó al Dr. Cronin en una voz áspera, ¿tenéis algo que decir de ti?” Hubo más silencio. Entonces ella pronunció esta declaración lamentable, “…por favor dame otra oportunidad.” El Dr. Cronin la envió lejos. Pero no pudo dormir esa noche. Él seguía oyendo algunas palabras desde la oscuridad lejana: “Perdona nuestras ofensas”. A la mañana siguiente el Dr. Cronin fue a su escritorio y rompió el informe. En los años que siguieron vio como esta chica delgada, nerviosa se convirtió en la cabeza de un gran hospital y una de las enfermeras más distinguidas en Inglaterra.  En la lectura del Evangelio de hoy reflexionamos sobre el incidente de una mujer que fue sorprendida en adulterio y llevada ante Jesús por su veredicto sobre ella. Jesús salvó la vida de la mujer diciendo a la gente que la había traído antes de él, “el que uno entre vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. En respuesta a su desafío, todos se fueron uno por uno. Aunque Él no tenía pecado, Él demostró extraordinaria misericordia y compasión a una pecadora. Es más, envió a la mujer, diciendo: “yo tampoco te condeno. Vete y desde ahora en adelante no peques más.” Cuán diferentes somos de Nuestro Señor. Juzgamos a la madre soltera, el alcohólico, el drogadicto y el ladrón, ignorando el mandato de Jesús: “el que uno entre vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Aprendamos a reconocer nuestros pecados, pedir perdón a Dios cada día y extender el mismo perdón a nuestros hermanos. También deberíamos aprender a odiar el pecado y amar a los pecadores mostrándoles misericordia, compasión, simpatía y aceptación, llevándolos a formas nobles con nuestras propias vidas ejemplares.

Fr.Joseph Antony Sebastian
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