Livingston was a brilliant scholar. He studied Greek, theology, went to Glasgow University and graduated with a degree in Medicine. He could have been anything he wanted to be: a professor, an author, a doctor. But God had called him to the mission field in the interior of Africa where no white man had ever entered. The sacrifice he made was incredible. While he was out in the bush, preaching the Gospel one day, a huge lion leaped on him, clamped its teeth on his shoulder and crushed it, leaving his left arm totally useless. One of his helpers killed the lion and saved him. He was taken back to Scotland for treatment. Through that ordeal, Livingston was nursed back to health by a woman named, Mary, who became his wife. She went with him to Africa. As the years passed, they had five children. While they were crossing one of those vast plains of Africa, one of their children died. They concluded that it would be safer for his wife and four remaining children to go back to Scotland. Livingston said that decision was the most difficult of his life. They left, and for five years Livingston did not see the faces of his wife and children. The loneliness was unbearable. Finally, when Livingston was able to return home to see his relatives, it was to see them returning from the cemetery after burying his beloved father. Another price had been paid. Many years after his return to Africa he received a letter that caused his heart to leap. The children were now grown and Mary was coming to Africa. But she had barely arrived when she was struck down by an African fever. Dr. Livingston used every ounce of his medical skill to try to save her, but he could not. He buried his wife under a huge African Baobab tree. After having a short memorial service, he went back to his cottage and wept like a baby. He wrote that day in his diary: “My Jesus, my King, my Life, my All; I again dedicate my whole self to Thee. I shall place no value on anything I possess or on anything I do except in relation to the Kingdom of Christ.” Was his sacrifice worth it? Well, consider this. Twenty-five years after his death in 1900, there were ten million Christians in Africa. Today, there are over 300 million. Nothing great is ever done without sacrifice. But any sacrifice for Jesus is always great.

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Abraham Lincoln was debating whom to hire as Indian Commissioner. He called his advisors Ben Wade and Senator Daniel Voorhees for assistance in selecting the right man. “Gentlemen,” said President Lincoln, “I want an honest, decent, caring, moral Christian man, a man frugal and self-sacrificing!” “Mr. President, I feel certain you won’t find him,” said Voorhees. “And why not?” asked the President. “Because he was Jesus of Nazareth who was crucified eighteen hundred years ago,” said the Senator.

Fr.Joseph Antony Sebastian
St. Joachim Church
21255 Hesperian Blvd Hayward, CA, USA 94541
Office Phone: 510 783 2766

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Nota de nuestro pastor:

Livingston fue un erudito brillante. Estudió Griego, Teología, fue a la Universidad de Glasgow y se graduó con una Licenciatura en Medicina. Pudo haber sido cualquier cosa que hubiera querido ser: un Profesor, un Autor, un Médico, pero Dios lo llamó al campo misionero en el interior de África donde ningún hombre blanco había entrado. El sacrificio que hizo fue increíble. Un día mientras él estaba fuera en el arbusto, predicando el Evangelio, un enorme león saltó sobre él, sujetó sus dientes en su hombro y lo trituró, dejando su brazo izquierdo totalmente inú”l. Uno de sus ayudantes mató al león y lo salvó. Él fue llevado de vuelta a Escocia para el tratamiento. A través de ese calvario, Livingston fue cuidado por una mujer llamada María, quien se convir”ó en su esposa. Ella fue con él a África. A través de los años, tuvieron cinco hijos. Mientras estaban cruzando una de las vastas llanuras de África, murió uno de sus hijos. Llegaron a la conclusión que sería más seguro para su esposa y sus cuatro hijos restantes regresar a Escocia. Livingston dijo que fue la decisión más di#cil de su vida. Se fueron, y durante cinco años Livingston no vio el rostro de su esposa e hijos. La soledad era insoportable. Por úl”mo, cuando Livingston fue capaz de volver a casa para ver a sus familiares, fue a verlos regresar del cementerio después de enterrar a su padre amado. Otro precio había sido pagado. Muchos años después de su regreso a África recibió una carta que causó que su corazón saltara. Los hijos crecieron y María venía a África. Pero cuando apenas ella había llegado, fue aba”da por una fiebre africana. El Dr. Livingston u”lizó cada onza de su habilidad médica para intentar salvarla, pero no pudo. Él enterró a su esposa bajo un enorme árbol de Baobab Africano. Después de un funeral breve, regresó a su casa y lloró como un bebé. Él escribió ese día en su diario: “mi Jesús, mi Rey, mi Vida, mi Todo; Otra vez dedico mi ser entero a Ti. No voy a colocar ningún valor en nada que poseo y nada de lo que hago, excepto en relación con el Reino de Cristo.” ¿Valió la pena su sacrificio? Bien, considere esto. Vein”cinco años después de su muerte en 1900, había 10 millones de Cris”anos en África. Hoy en día, existen más 300 millones. Nunca algo grande se hace sin sacrificio, pero cualquier sacrificio por Jesús es siempre grande.

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Abraham Lincoln estaba deba”endo a quien contratar como Comisionado de la India. Llamó a sus asesores Ben Wade y al Senador Daniel Voorhees para ayudar a elegir al hombre adecuado. “Caballeros,” dijo el Presidente Lincoln, “Quiero a un hombre Cris”ano honesto, decente, bondadoso, moral, un hombre frugal y sacrificado”. “Señor Presidente, estoy seguro que no lo encontrará,” dijo Voorhees. ¿Y por qué no?” preguntó el Presidente. “Porque él fue Jesús de Nazaret quien fue crucificado hace mil ochocientos años, dijo el Senador.

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