Several years ago a group of computer salesmen from Milwaukee went to a regional sales convention in Chicago. They had assured their wives that they would be home in time for dinner. But the meeting ran overtime, and the men had to race to the railway station, tickets in hand. As they barged through the terminal, one man inadvertently kicked over a table supporting a basket of apples. Without stopping, all the men reached the train and boarded it with sighs of relief. But one of them paused, feeling a twinge of compunction for the boy whose apple stand had been overturned. He waved goodbye to his companions and returned to the boy. He was glad he had because the ten-year-old boy was blind. The salesman gathered up the apples and noticed that several of them were bruised. He reached into his wallet and said to the boy, “Here, please take this ten-dollar bill for the damage we did. I hope it won’t spoil your day.” As he started to walk away, the bewildered boy called after him, “Are you Jesus?” Jesus comes to us in various disguises.

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There is a story of a British soldier in the First World War who lost heart for the battle and deserted. Trying to reach the coast for a boat to England that night, he ended up wandering in the pitch-black night, hopelessly lost. In the darkness, he came across what he thought was a signpost. It was so dark that he began to climb the post so that he could read it. As he reached the top of the pole, he struck a match to see and found himself looking squarely into the face of Jesus Christ. He realized that, rather than running into a signpost, he had climbed a roadside crucifix. Then he remembered the One who had died for him . . . who had endured . . . who had never turned back. The next morning the soldier was back in the trenches. [“To Illustrate,” Preaching Magazine, (Jan-Feb 1989).] Maybe that’s what you and I need to do in the moments of our distress and darkness – strike a match in the darkness and look on the face of Jesus Christ. For Christ is here. He comes to us just as he came to those two disciples on the road to Emmaus, even though we may not recognize him. He takes the initiative. He knocks on the door.

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On her first train trip, a little girl was put into an upper berth by her mother. The mother then assured her that Jesus would watch over her during the night. As the lights were switched off the girl became alarmed and called out softly: “Mom, are you there?” “Yes dear,” her mother replied. A little later the child called in a louder voice: “Daddy, are you also there?” “Yes”, was the reply. After this had been repeated several times, one of the passengers lost patience and shouted: “We’re all here. Your father, your mother, your brothers and sisters and cousins, your uncles and aunts – all are here. Now go to sleep!” There was silence for a while. Then, in a hushed voice the child asked: “Mom, was that risen Jesus traveling with us?”

Fr.Joseph Antony Sebastian
St. Joachim Church
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Nota de nuestro pastor:

Hace varios años un grupo de vendedores de computadoras de Milwaukee fue a una convención regional de ventas en Chicago. Habían asegurado a sus esposas que regresarían a tiempo para la cena. Pero la reunión tardó horas extras, y los hombres tuvieron que correr a la estación del tren, con los boletos en la mano. Corriendo a través de la terminal, un hombre inadvertidamente pateó una mesa de apoyo de una cesta de manzanas. Sin parar, todos los hombres alcanzaron el tren y abordaron con suspiros de alivio. Pero uno de ellos hizo una pausa, sintiendo una punzada de remordimiento por el muchacho de quien la mesa de manzana había sido pateada. Él dijo adiós a sus compañeros y regresó al niño. Se alegró de hacerlo porque el muchacho de diez años era ciego. El vendedor recogió las manzanas y notó que varias de ellas estaban magulladas. Sacó su cartera y le dijo al niño, “por favor toma estos diez dólares por el daño que hicimos. Espero que no te eche a perder el día”. Cuando empezó a caminar, el desconcertado muchacho le preguntó, “Eres Jesús?” Jesús viene en varios disfraces.

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Hay una historia de un soldado Británico en la primera guerra mundial que perdió el deseo por la batalla y desertó. Tratando de llegar a la costa por un barco a Inglaterra esa noche, terminó vagando en las noches oscuras, irremediablemente perdido. En la oscuridad, se encontró con lo que él creía que era una señal. Era tan oscura que empezó a subir el poste para que poder leerlo. Cuando llegó a la cima del poste, encendió un cerillo para ver y se encontró mirando directamente el rostro de Jesucristo. Se dio cuenta que, en vez de chocar con un poste indicador, él había subido a un crucifijo en la carretera. Entonces se acordó de aquel quien había muerto por él… quien había sufrido… quien nunca había vuelto atrás. A la mañana siguiente el soldado estaba de vuelta en las trincheras. [“Para ilustrar,” Preaching Magazine, (Enero-Febrero 1989)]. Tal vez es lo que usted y yo necesitamos en los momentos de nuestra angustia y oscuridad, encender a un fósforo en la oscuridad y ver la faz de Jesucristo. Cristo está aquí. Él viene a nosotros como él vino a los dos discípulos en el camino a Emaús, aunque no podemos reconocerlo. Él toma la iniciativa. Él toca la puerta.

En su primer viaje en tren, una niña fue puesta en una litera superior por su madre. La madre entonces le aseguró que Jesús cuidaría de ella durante la noche. Cuando las luces fueron apagadas la muchacha se alarmó y llamó suavemente: “Mamá, ¿estás ahí?” “Sí querida”, respondió su madre. Un poco más adelante la niña llamó en una voz más fuerte: “Papá, estás también allí?” “Sí”, fue la respuesta. Después de haber repetido varias veces, uno de los pasajeros perdió la paciencia y gritó: “estamos todos aquí. Tu padre, tu madre, tus hermanos y hermanas, primos, tus tíos y tías, todos están aquí. Ahora vete a dormir!” Hubo silencio por un rato. Luego, en voz baja la niña preguntó: “Mamá, ese es Jesús Resucitado viajando con nosotros?”

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