We aren’t comfortable with the idea of submission. Our society champions equality, and rightly so — but it’s a mistake to think that submission is at odds with equality. To submit ourselves fully, we must first be free. We must first be our own masters. God has granted us that freedom
with the salvation He offers. We are no longer the slaves of sin. Now He asks us to be subordinate to one another, in the name of Christ. What a completely uncomfortable task! What He’s asking is for us to be subordinate to the person who irritates us the most. The person we really can’t stand. The person who doesn’t respect us or appreciate what we have to offer. The person we think we’re smarter than, more talented than. The person we envy. That’s the real challenge of stewardship, isn’t it? Subordination. Inconveniencing myself by giving of time, of money, of relationship. Putting the needs or wants of another above my own when they haven’t done anything special to earn it. I invite you to consider the cross — the most radical expression of submission, and of stewardship, that ever existed. If there was ever someone who deserved superiority, isn’t it the God who let Himself be nailed to a tree, who gave so freely of His life, His body, His blood, His everything? To look at him in his agony is to truly understand the beauty of submission — of laying down what you have for the good of the other.
No nos sentimos cómodos con la idea de la sumisión. Nuestra sociedad defiende la igualdad, y con razón, pero es un error pensar que la sumisión está reñida con la igualdad. Para someternos plenamente, primero debemos ser libres. Primero debemos ser nuestros propios amos. Dios nos ha concedido esa libertad con la salvación que ofrece. Ya no somos esclavos del pecado. Ahora nos pide que nos subordinemos unos a otros, en el nombre de Cristo. ¡Qué tarea tan incómoda! Lo que nos pide es que estemos subordinados a la persona que más nos irrita. La persona que realmente no podemos soportar. La persona que no nos respeta ni aprecia lo que tenemos para ofrecer. La persona de la que creemos que somos más inteligentes, o más talentosos. La persona que envidiamos. Ese es el verdadero desa&o de la corresponsabilidad, ¿no es así? Subordinación. Incomodándome a mí mismo dando tiempo, dinero, relaciones. Poniendo las necesidades o deseos de otro por encima de los míos cuando no han hecho nada especial para ganárselo. Los invito a considerar la cruz, la expresión más radical de sumisión y corresponsabilidad que jamás haya existido. Si alguna vez hubo alguien que merecía la superioridad, ¿no es el Dios que se dejó clavar en un madero, que dio tan libremente de Su vida, Su cuerpo, Su sangre, Su todo? Mirarlo en su agonía es comprender verdaderamente la belleza de la sumisión, de entregar lo que tienes por el bien del otro.