Mohandas K. Gandhi, “the Father of the Nation” in India, in his famous autobiography, My Experiments with Truth, writes about his own experience of theft, confession and forgiveness as a schoolboy. “I was fifteen when I stole a bit of gold out of my brother’s armlet to clear a debt of about twenty-five rupees, (U.S. $3 in those daysft, which he had incurred. He had on his arm an armlet (bracelet) of solid gold. It was not difficult to clip a bit out of it. Well, it was done, and the debt cleared. But this became more than I could bear. I resolved never to steal again. I also made up my mind to confess it to my father. But I did not dare to speak…. I decided at last to write out the confession, submit it to my father, and ask his forgiveness. I wrote it on a slip of paper and handed it to him myself. In this note not only did I confess my guilt, but also requested an adequate punishment for it, and closed with a request to him not to punish himself for my offence. I also pledged myself never to steal in the future. I was trembling as I handed the confession to my father. He was then confined to bed. I handed him the note and sat on his bed. He sat up to read it. He read it through, and pearl-drops trickled down his cheeks, wetting the paper. For a moment he closed his eyes in thought and then tore up the note. He again lay down. I also cried. I could see my father’s agony. Those pearl-drops of love cleansed my heart and washed my sin away. Only he who has experienced such love can know what it is… This sort of sublime forgiveness was not natural to my father. I had thought that he would be angry, say hard things, and strike his forehead. But he was so wonderfully peaceful, and I believe this was due to my clean confession. A clean confession, combined with a promise never to commit the sin again, when offered before one who has the right to receive it, is the purest type of repentance. I know that my confession made my father feel absolutely safe about me and increased his affection for me beyond measure.” ————————————————————————– The Sunday School teacher was explaining the story of the Prodigal Son to his class, clearly emphasizing the resentment the older brother expressed at the return of his brother. When he finished telling the story, he asked the class, “Now who was really sad that the prodigal son had come home?” After a few minutes of silence, one little boy raised his hand and confidently stated, “The fatted calf.” ————————————————————————– The Prussian king, Frederick the Great, was once touring a Berlin prison. The prisoners all fell on their knees before him to proclaim their innocence – except for one man, who remained silent. Frederick called to him, “Why are you here?” “Armed robbery, Your Majesty,” was the reply. “And are you guilty?” “Yes indeed, Your Majesty, I deserve my punishment.” Frederick then summoned the jailer and ordered him, “Release this guilty wretch at once. I will not have him kept in this prison where he will corrupt all the fine innocent people who occupy it!”

Fr. Joseph Antony Sebastian
St. Joachim Church
21255 Hesperian Blvd Hayward, CA, USA 94541
Office Phone: 510 783 2766
*****************************************************

Mohandas K. Gandhi, “el
padre de la nación” en
la India, en su famosa autobiogra!a, Mis experimentos con la
verdad, escribe sobre su propia experiencia de robo,
confesión y perdón cuando era un escolar. “Tenía quince
años cuando robé un poco de oro del brazalete de mi
hermano para liquidar una deuda de aproximadamente
vein#cinco rupias (US $ 3 en esos días), en la que había
incurrido. Tenía en su brazo un brazalete (brazalete) de oro
macizo. No fue di!cil recortarlo. un poco fuera de lugar. Bien,
se hizo y se eliminó la deuda. Pero esto se convir#ó en algo
más de lo que podía soportar. Decidí no robar nunca más.
También decidí confesárselo a mi padre. Pero no lo hice.
Atrévete a hablar … Decidí por fin escribir la confesión,
presentársela a mi padre y pedirle perdón. La escribí en un
papel y se la entregué yo misma. En esta nota no solo confesé
mi culpable, pero también solicitó un cas#go adecuado por
ello, y cerré con una pe#ción para que no se cas#gara a sí
mismo por mi ofensa. Me prome& nunca robar en el futuro.
Estaba temblando cuando le entregué la confesión a mi
padre. Luego fue confinado a la cama. Le entregué la nota y
me senté en su cama. Se sentó a leerlo. Lo leyó todo, y gotas
de perlas cayeron por sus mejillas, mojando el papel. Por un
momento, cerró los ojos pensando y luego rompió la nota.
Volvió a tumbarse. Yo también lloré. Pude ver la agonía de mi
padre. Esas perlas de amor purificaron mi corazón y lavaron
mi pecado. Solo el que ha experimentado tal amor puede
saber qué es … Este #po de perdón sublime no era natural
para mi padre. Pensé que se enfadaría, diría cosas duras y le
golpearía la frente. Pero él estaba tan maravillosamente
tranquilo, y creo que esto se debió a mi confesión limpia. Una
confesión limpia, combinada con la promesa de nunca volver
a cometer el pecado, cuando se ofrece antes que alguien que
#ene derecho a recibirlo, es el #po más puro de
arrepen#miento. Sé que mi confesión hizo que mi padre se
sin#era absolutamente seguro acerca de mí y aumentó su
afecto por mí más allá de toda medida “.
——————————————————————————-
El maestro de la Escuela Dominical estaba explicando la
historia del Hijo Pródigo a su clase, enfa#zando claramente el
resen#miento que el hermano mayor expresó al regreso de
su hermano. Cuando terminó de contar la historia, preguntó
a la clase: “¿Quién estaba realmente triste de que el hijo
pródigo haya vuelto a casa?” Después de unos minutos de
silencio, un niño levantó la mano y dijo con confianza: “El
becerro gordo”.
———————————————————————————-
El rey de Prusia, Federico el Grande, estuvo una vez
recorriendo una prisión de Berlín. Todos los prisioneros se
arrodillaron ante él para proclamar su inocencia, excepto un
hombre, que permaneció en silencio. Frederick lo llamó,
“¿Por qué estás aquí?” “Robo a mano armada, majestad”, fue
la respuesta. “¿Y eres culpable?” “Sí, ciertamente, Su
Majestad, merezco mi cas#go”. Luego Frederick convocó al
carcelero y le ordenó: “Libere a este desgraciado culpable de
inmediato. ¡No lo mantendré en esta prisión donde
corromperá a todas las personas inocentes que lo ocupan!”