In October 1972, a plane carrying 46 passengers, a Uruguayan rugby team and their families and supporters, to an exhibition game in Chile crashed in the Andes. Nando Parrado, one of the survivors, tells the story of their 72 – day struggle against freezing weather and dangerous avalanches in the book, Miracle in the Andes: 72 Days on the Mountain and My Long Trek Home Nando Parrado and Vince Rause . The author’ s mother and sister were among those killed in the crash. High in the Andes, with a fractured skull, eating the raw flesh of his deceased teammates and friends, Parrado calmly pondered the cruelties of fate, the power of the natural world and the possibility of his continued existence: “I would live from moment to moment and from breath to breath, until I had used up all the life I had,” he wrote. The 16 survivors had nothing to eat except the flesh of their dead team- mates. After two months, Nando, an ordinary young man – a rugby player – with no disposition for leadership or heroism, led an expedition of the remaining three of the survivors up the treacherous slopes of a snow – capped mountain and across forty – five miles of frozen wilderness in an attempt to find help. The party was finally rescued by helicopter crews. It was difficult for them to decide that eating human flesh was all right, even in those extreme circumstances! Hence, it is not surprising that Jesus ’ listeners protested against his invitation to eat his flesh and drink his blood as described in today ’ s Gospel.

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St. Teresa of Calcutta (Mother Teresa), had a rule that when a newcomer arrived to join her Order, the Missionaries of Charity, the very next day the newcomer had to go to the Home of the Dying. One day a girl came from outside India to join the Order. Mother Teresa said to her: “You saw with what love and care the priest touched Jesus in the Host during Mass. Now go to the Home for the Dying and do the same, because it is the same Jesus you will find there in the broken bodies of our poor.” Three hours later the newcomer came back and, with a big smile, said to her, “Mother, I have been touching the body of Christ for three hours.” “How? What did you do?” Mother Teresa asked her. “When I arrived there,” she replied, “they brought in a man who had fallen into a drain and been there for some time. He was covered with dirt and had several wounds. I washed him and cleaned his wounds. As I did so I knew I was touching the body of Christ.” To be able to make this kind of connection we need the help of the Lord himself. It is above all in the Eucharist that he gives us this help.

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President Woodrow Wilson ’ s father was a preacher who eked out a meager living. One day, when he was riding his horse, he stopped to chat with a member of his parish. “ That ’ s a handsome looking animal you have there, ” said the latter admiringly. “ But why is that your horse is so big and strong and you are so thin? ” “ Perhaps, ” replied Wilson, “ it is because I feed the horse and the congregation feeds me. ”

Fr. Joseph Antony Sebastian
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En Octubre de 1972, un avión con 46 pasajeros de un equipo de rugby uruguayo, sus familias y simpatizantes, quienes iban a un juego de exhibición en Chile, se estrelló en los Andes. Nando Parrado, uno de los sobrevivientes, cuenta la historia de sus 72 días de lucha contra el clima congelado y peligrosas avalanchas, en el libro Milagro en los Andes: 72 días en la montaña y mí largo viaje a casa Nando Parrado y Vince Rause. La madre y hermana del autor estaban entre los muertos del accidente. En los Andes, con un cráneo fracturado, comiendo la carne cruda de sus difuntos compañeros y amigos, Parrado con calma reflexionó sobre las crueldades del destino, el poder del mundo natural, y la posibilidad de su existencia: “Viví de momento a momento y de respiración a respiración, hasta que había usado toda la vida tenia, ” escribió. Los 16 sobrevivientes no tenían nada que comer excepto la carne de sus compañeros muertos. Después de dos meses, Nando, un joven ordinario – un jugador de rugby – con ninguna disposición para el liderazgo o heroísmo, dirigió una expedición de los restantes tres de los sobrevivientes a través de la traidora ladera con nieve y de cuarenta y cinco millas de desierto congelado, en un intento de encontrar ayuda. Ellos fueron finalmente rescatados por una t ripulación de helicóptero. Fue difícil para ellos decidir si comer carne humana era correcto, incluso en esas circunstancias extremas! Por lo tanto, no es sorprendente que los oyentes de Jesús protestaron contra su invitación a comer su carne y beber su sangre como se describe en el Evangelio de hoy.

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Santa Teresa de Calcuta (Madre Teresa), tenía una regla que cuando una recién llegada llegaba a unirse a su orden, las Misioneras de la Caridad, al día siguiente la recién llegada tenía que ir a la Casa de los Moribundos. Un día una chica llegó de las afuera de la India para unirse a la orden. Madre Teresa le dijo: “Viste con qué amor y cuidado el Sacerdote tocó a Jesús en la hostia durante la Misa? Ahora ve a la Casa de los Moribundos y haz lo mismo, porque es el mismo Jesús que usted encontrará en los cuerpos quebrados de los pobres.” Tres horas más tarde la recién llegada regreso, y con una gran sonrisa, le dijo: “Madre, yo he estado tocando el cuerpo de Cristo durante tres horas.” “¿Cómo? ¿Qué hiciste?” Madre Teresa le preguntó. “Cuando llegué allí,” ella respondió: “trajeron a un hombre que había caído por un desagüe y había estado allí durante algún tiempo. Él estaba cubierto de suciedad y tenía varias heridas. Le lave y limpie sus heridas. Cuando lo hacía, yo sabía que estaba tocando el cuerpo de Cristo”. Para poder hacer este tipo de conexión, necesitamos la ayuda del Señor mismo. Es sobre todo en la Eucaristía que nos da esta ayuda.

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El padre del Presidente Woodrow Wilson era un predicador que vivía una vida pobre. Un día, cuando iba en su caballo, se detuvo a conversar con un miembro de su parroquia. “Es un animal hermoso el que tienes, dijo éste con admiración. “Pero ¿por qué es que su caballo es tan grande y fuerte y tú estás tan delgado?” “Tal vez”, respondió Wilson, “es porque yo alimento al caballo y la congregación me alimenta a mí”.

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