Pop culture has given us an unique idea of the term justice. Justice, we often think, is about taking. Taking what’s owed. Taking revenge. Taking what we deserve. This worldview tends to make mincemeat of our Catholic social teachings. Seeking the good of the poor, a call to community and participation, solidarity — on the face of it, in a society where everything must be earned and we are encouraged to hoard for ourselves whatever success we can achieve, these principles look a lot like highway robbery. But when you remember the presence of an omnipotent, all-loving and all merciful God, it turns our gunslinging sense of justice on its head. For how does justice inhabit the same universe as a God who is so quick to give and indeed to forgive? Well, very easily, when we remember Who exactly is the source of every good and perfect thing in this world. There is no law that cannot be traced back to the Word. And the Word saves our souls. Is that justice? No, that is a gift. It is the reckless, indulgent gift of a father whose love is greater than His anger. What is justice in the Biblical sense? The answer is simple. Look at your life. See the hours in your day? See your spouse, your kids, your grandkids? See the house they live in, the money in your wallet, the food in your fridge, the breath in your lungs? Calling it all your own, refusing to share any of it — that’s robbery. Giving it all back to the One who gave it to you — that’s justice.
La cultura pop nos ha dado una idea única del término justicia. La justicia, pensamos a menudo, se trata de tomar. Tomando lo que se debe. Tomando venganza. Tomando lo que nos merecemos. Esta visión del mundo tiende a hacer picadillo nuestras enseñanzas sociales católicas. Buscando el bien de los pobres, un llamado a la comunidad y la participación, la solidaridad, a primera vista, en una sociedad donde todo debe ganarse y se nos anima a acumular para nosotros cualquier éxito que podamos lograr, estos principios se parecen mucho a un asalto. Pero cuando recuerdas la presencia de un Dios omnipotente, amoroso y misericordioso, pone de cabeza nuestro sentido pistolero de la justicia. Porque, ¿cómo habita la justicia en el mismo universo que un Dios que es tan rápido en dar y en perdonar? Bueno, muy fácilmente, cuando recordamos Quién es exactamente la fuente de todas las cosas buenas y perfectas en este mundo. No hay ley que no se remonte a la Palabra. Y la Palabra salva nuestras
almas. ¿Eso es justicia? No, eso es un regalo. Es el regalo indulgente e imprudente de un padre cuyo amor es mayor que su ira. ¿Qué es la justicia en el sentido bíblico? La respuesta es simple. Mira tu vida. ¿Ves las horas de tu día? ¿Ves a tu cónyuge, a tus hijos, a tus nietos? ¿Ves la casa en la que viven, el dinero en tu billetera, la comida en tu refrigerador, el aliento en tus pulmones? Llamarlo todo tuyo, negarte a compartir algo de eso, eso es robo. Devolvérselo todo a Aquel que te lo dio, eso es justicia.