In October, 1972, a plane carrying 46 passengers an Uruguayan rugby team and their families and supporters to an exhibition game in Chile crashed in the Andes. Nando Parrado, one of the survivors, tells the story of their 72 day struggle against freezing weather and dan-gerous avalanches in the book Miracle in the Andes. [Miracle in the Andes: 72 Days on the Mountain and My Long Trek Home is a 2006 book by Nando Parrado and Vince Ra.] The author’s mother and sister were among those killed in the crash. High in the Andes, with a fractured skull, eating the raw flesh of his deceased teammates and friends, Parrado calmly pondered the cruelties of fate, the power of the natural world and the possibility of his continued existence: “I would live from moment to moment and from breath to breath, until I had used up all the life I had,” he wrote. The 16 survivors had nothing to eat except the flesh of their dead teammates. After two months, Nando, an ordinary young man – a rugby player – with no disposition for leadership or heroism, led an expedition of the remaining three of the survivors up the treacherous slopes of a snow-capped mountain and across forty-five miles of frozen wilderness in an attempt to find help. The party was finally rescued by helicopter crews. It was diffi-cult for them to decide that eating human flesh was all right, even in those extreme circumstances! Hence, it is not surprising that Jesus’ listeners protested against his invitation to eat his flesh and drink his blood as described in today’s Gospel.

 

Our belief in the Eucharist is based on what Jesus – the Son of God said about the Eucharist at the time of its institution. On the night before he sat with his apostles for the last meal, Jesus took the bread and after giving thanks to the father he said, “Take this bread and eat all of you. This is my body”. In the same way he took the cup filled with wine and after giving thanks to the Father said, “Take this wine and drink all of you. This is the my blood.” Then he added, “Do this in remembrance of me”. Thus Jesus instituted the Eucharist. He transformed the ordinary bread and wine into his own body and blood. Therefore, we firmly believe that the consecrated bread is truly his body and the consecrated wine is truly his blood. When we receive communion, Jesus comes to each of us personally, as though each of us is the only person in the world at that moment. Whenever we take part in the communion, a deep and intimate relationship is established between us. Having partaken of this Divine Food, we in turn become immortal. That assurance is given by none other than Jesus himself. That’s what we heard toward the end of today’s Gospel reading, Jn 6:58 “whoever eats this bread will live forever.” Therefore each time we come to take part in the Eucharist, let us take part in it with at most joy, reverence and respect.

Fr.Joseph Antony Sebastian
St. Joachim Church
21255 Hesperian Blvd Hayward, CA, USA 94541
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Nota de nuestro pastor

 

En Octubre de 1972, un avión con 46 pasajeros de un equipo de rugby Uruguayo y sus familias y simpatizantes de un partido de exhibición en Chile se estrellaron en los Andes. Nando Parrado, uno de los sobrevivientes, cuenta la historia de sus 72 días de lucha contra el tiempo frígido y peligrosas avalanchas en el libro Milagro en los Andes. [Milagro en los Andes: 72 Días en la Montaña y Mi Largo Viaje a Casa es un libro del 2006 por Nando Parrado y Vince Ra.] La madre y hermana del autor estaban entre los muertos del accidente. En los Andes, con un cráneo fracturado, comiendo la carne cruda de sus difuntos compañeros y amigos, Par-rado con calma reflexionó sobre las crueldades del destino, el poder del mundo natural y la posibilidad de su existencia: “viviré de momento a mo-mento y respiración a respiración, hasta que use toda la vida que tengo,” escribió. Los 16 sobrevivientes no tenían nada que comer excepto la carne de sus compañeros muertos. Después de dos meses, Nando, un joven ordinario – un jugador de rugby – con ninguna disposición para el liderazgo o heroísmo, dirigió una expedición de los restantes tres sobrevivientes por las laderas traicioneras de la montaña cubierta de nieve y a través de cuarenta y cinco millas de desierto congelado en un intento para encontrar ayuda. El grupo fue finalmente rescatado por tripulaciones de helicóptero. Fue difícil para ellos decidir que comer carne humana estaba bien, incluso en esas circunstancias extremas! Por lo tanto, no es sorprendente que los oyentes de Jesús protestaron contra su invitación a comer su carne y beber su sangre como se describe en el Evangelio de hoy.

 

Nuestra creencia en la Eucaristía se basa en lo que Jesús – el Hijo de Dios dice sobre la Eucaristía en el momento de su institución. En la noche antes estaba sentado con sus apóstoles para la última cena, Jesús tomó el pan y después de dar gracias al Padre dijo: “tomad, comed, este es mi cuerpo.” Tomo luego una copa y, dada las gracias, se la dio diciendo: “”Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre. ” Luego añadió: “Haced esto en memoria mía”. Así Jesús instituyó la Eucaristía. Transformó el pan ordinario y vino en su propio cuerpo y sangre. Por lo tanto, creemos firmemente que el pan consagrado es verdaderamente su cuerpo y el vino consagrado es realmente su sangre. Cuando recibimos la comunión, Jesús viene a cada uno de nosotros personalmente, como si cada uno de nosotros es la única persona en el mundo en ese momento. Cada vez que participamos en la comunión, se establece una relación íntima y profunda entre nosotros. Después de haber participado de este Alimento Divino, a su vez nos convertimos en inmortales. Esa seguridad se da nada menos que por Jesús. Eso es lo que hemos oído al final de la lectura del Evangelio de hoy, Jn 6:58 “Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.” Por lo tanto cada vez que venimos a participar en la Eucaristía, tomemos parte de ella con más alegría, reverencia y respeto.

Fr.Joseph Antony Sebastian
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